Su padre es gerente de un Casino (la cadena de supermercados, no la ruleta y el blackjack), y fue verlo al final de su camino adoquinado, entre su farola de hierro trabajado y su maravilloso Audi, cuando de verdad comprendí el sentido de la palabra fatuo. Esa mezcla de estupidez y de arrogancia. Esa inquebrantable autosatisfacción. Ese jersey de cachemira azul celeste estirajado sobre su barrigón y esa extraña manera -tan cálida- de estrecharte la mano odiándote ya de entrada.
Anna G. (L'Échappée belle, 2001).
Sin bancos de niebla
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