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Remolinos de niebla a mi alrededor

domingo, 28 de febrero de 2010

Cheshire Cat

—Minino, minino... —llamó Alicia tímidamente, sin estar muy segura de si al gato le gustaría que le llamasen así—. ¿Podría decirme, por favor, por qué camino debo seguir?

—Eso depende, en gran parte, del sitio a donde quieras ir —repuso el gato.

—No me importa mucho donde sea... —declaró Alicia.

—Entonces no tiene importancia el camino que sigas... —contestó el gato.

—...siempre que llegue a alguna parte —agregó la muchacha, como para completar la explicación.

—Puedes estar segura de eso, siempre que camines lo suficiente —declaró el minino.

Alicia comprendió que esta razón no se podía discutir, así es que ensayó otra pregunta:

—¿Qué clase de gente vive aquí?

—En esa dirección —dijo el gato, levantando su pata derecha— vive un sombrerero; y en esa otra dirección vive una liebre de marzo. Puedes visitar a cualquiera de los dos. Ambos están locos.

—Pero yo no quiero mezclarme con gente loca —observó Alicia.

—Eso no lo puedes evitar —contestó el gato—. Aquí están todos locos. Yo estoy loco... Tú estás loca...

—¿Cómo sabes que yo estoy loca?

—Tienes que estarlo, porque de otra manera no habrías venido aquí.

Alicia no creía que ésa fuera una razón suficiente: sin embargo, preguntó:

—¿Puedes garantizarlo?

—Para empezar... —dijo el gato—, ¿asegurarías que un perro no es un loco?

—Supongo.

—Está bien —continuó el gato—. Pero tú ves que un perro gruñe cuando se enfada y mueve la cola cuando está contento. Ahora, yo gruño cuando estoy contento y agito la cola cuando estoy enfadado. Por consiguiente, quiere decir que estoy loco.

—Yo no llamo gruñir a lo que haces; lo llamo ronronear —dijo Alicia.

—Llámalo como quieras —respondió el minino, y desapareció.

Alicia no podía sorprenderse mucho de esto, porque ya estaba acostumbrándose a que sucedieran cosas extrañas. Mientras se quedaba silenciosa mirando el sitio donde antes estaba el animal, éste apareció súbitamente de nuevo.

Sin bancos de niebla